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Cuando vi por primera vez aquellos edificios me fijé en los aparatos de aire acondicionado que había en muchos de los pisos. Siempre he pensado que el aire acondicionado es la representación más banal del desclasamiento. Gracias a él los lumpenproletarios ahora tienen climatizado el salón todo el año.
La elocuencia de estos espacios me ha dejado mudo todo este tiempo. Sólo puedo repetir una y otra vez su forma para intentar esclarecer lo que me cautiva de todas esas ventanas irregulares apiladas.
Soy consciente del poder seductor de las cortinas de colores y de los cerramientos de las terrazas con aluminio y vidrio.  Me siento atrapado en la vorágine de la estética sin estética.
No puedo dejar de pensar en el valor revolucionario que tienen estos elementos que accidentalmente van cubriendo las grises estructuras de los edificios obreros de este país. Personalmente si tuviera que cambiar el mundo empezaría cambiando las cortinas de mi salón:
vivir como un acto de resistencia; ese es el mensaje que se puede leer alto y claro. Vivir y dejar huella de haberlo hecho. Aquí estoy, aquí sigo y no sólo me basta con eso, sino que, además voy a tender en el balcón una toalla de color estridente, voy a tender una bandera para dejar claro que me opongo al gris, aunque sea sólo accidentalmente.

Enfrente de estos edificios hay un amplio parque, un parque que se sitúa ligeramente en altura. Es un lugar para observar sin ser visto. Desde allí comprendí que para poder hablar de la estética de la resistencia tenía que hablar del carácter subversivo que hay en demostrar el hecho de vivir.

Acepté el reto. Realmente no puedo decir convencido que estos espacios me retaran deliberadamente, no puedo afirmar que nadie me llamara para hablar de un espacio residencial modesto que al fin y al cabo es lo que es. Pero sentí la necesidad de comprender un poco mejor el misterio que entraña el conflicto de estos lugares. El misterio del traje del domingo y el mono del lunes.

Cuando afrontas el reto debes hacerlo a sabiendas de que entrarás en una carrera por decidir lo correcto en una secuencia que se puede alargar indefinidamente. Al fin y al cabo la pintura que reflexiona desde la pintura es una suma de apuestas personales, algunas veces erradas y otras acertadas, pero todas deliberadamente decididas.
Ese es el riesgo y también lo apasionante de nuestro trabajo. Los sistemas de seguridad de lo normalizado no se aplican en las formas de trabajar la plástica, es un espacio de libertad intimidante.

La conclusión a la que he llegado es que sólo puedo hacer pintura de lo vivo. Sólo puedo hablar de lo que late, de lo que experimento. Intento descartar lo evidente, hay demasiados misterios en los que sumergirse como para perderse en la dermis . Pintar lo inerte me cuesta porque habla un lenguaje que no soy capaz de comprender. Por eso los edificios. Por eso pinto edificios a través de los rastros de vida. Por eso pinto toallas y cortinas.

When I saw those buildings for the first time, I noticed the air conditioner units on many of the facades. I have always thought that air-conditioner is the most banal representation of the disappearance of the social status. Thanks to it, the lumpenproletariat has air-conditioning all year long.
The eloquence of these spaces makes me be lost for words all this time. I can only repeat the form of these buildings over and over again to try to make clear what captivates me of all those irregular stacked windows.
I am aware of the seductive power of the colourful curtains and the terraces made of aluminum and glass. I am caught up in a whirl of aesthetics without aesthetics.
I cannot stop thinking about the revolutionary value of those elements that accidentally on purpose cover the gray structures of buildings in this country.
Personally, if I had to change the world, I would start changing my living room curtains: living as an act of resistance. That is the message that can be read loud and clear. Live and leave a mark of having done that.
And here I am, and not only that is enough for me, but I am also going to hang up a gaudy towel with bright colors on the balcony. I am going to hang up a flag to make clear that I am against gray, even if it is only accidentally.

Opposite these buildings, there is a large park, slightly raised. It is a place to observe without being seen. From there I understood that, in order to talk about the aesthetics of resistance, I might talk about the subversive nature of showing the fact of living.

I took on the challenge. I cannot really say that these spaces dared me on purpose, I cannot say that no one called me to talk about a modest residential space that is, after all, what it is. But I felt the need to understand the mystery that involves the conflict of these places a little better. The mystery of the Sunday suit and the Monday overalls.
When you face the challenge, you must do it knowing that you will begin a race to decide the right way in a sequence that can be extended indefinitely. After all, the painting that reflects on itself, it is a sum of personal bets, sometimes wrong and sometimes right, but all of them intentionally decided.
That is the risk and also the excitement of our work. The standard does not apply in the ways of working the visual arts. It is an aggressive space of freedom.

I have reached the conclusion that I can only paint the life. I can only talk about what beats, what I am experiencing. I try to dismiss the obvious. There are so many exciting mysteries as to get bogged down in details. Painting the inert is hard for me because it speaks a language that I am not able to understand. That is the reason for the buildings. That is why I paint buildings through the traces of life. That is why I paint towels and curtains.
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